miércoles, 11 de noviembre de 2009

Pesto

la maleza avanza sobre la albahaca
el viejo libra una guerra sin cuartel
los yuyos que se empecinan en crecer,
en arruinar el futuro pesto del domingo
manos de tijera corta sin piedad
putea, se saca la gorra y se seca la transpiración
lo miro desde la sombra de la parra

rodeado de nueces, el viejo se sienta
deja su gorra y prende la radio, tango
sus manos empiezan a trabajar,
a partir los frutos justo por el medio
una para la fuente, otra para el buche
con pan y vino tinto con soda, “asustado”
no entiendo de dónde saca la fuerza

para finiquitar la mezcla, raya el queso
se corta un dedo, siempre el mismo, putea
me río, mientras me alza hasta el mármol
ahora estoy a su altura
combina la albahaca, con las nueces y el queso
lo pruebo y de postre me gano la última gotita de uva
la mesa de la vida ya está servida.

martes, 15 de septiembre de 2009

Hoguera

Por las tardes los edificios escupían humo negro desde las terrazas. Eran los libros y los sueños incinerados, que no pudieron escapar a la debacle y murieron en las hogueras. Las bibliotecas vacías se disimularon con fotos de ausentes y best sellers de moda. Mientras tanto, en la tierra los hombres siguieron con su rutina como si nada raro pasara y el humo negro fuera parte del cambio climático.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Sueño

la mañana aún no empezó
pero ya estoy levantado
mirando la luna sobre el patio
todavía queda la resaca del sueño
mi abuela, resucitada, con su camisón blanco
me miraba con sus ojos celestes
y agitaba sus manos, las mismas de amasar
fue real
como el sabor amargo de la pasta dental
que se deshace en mi boca
o el viento frío de junio

lunes, 31 de agosto de 2009

El comienzo de todo

el mundo se derrumbó ayer
sólo queda el silencio de una ciudad vacía
una neblina hecha de polvo
y el esqueleto de casas sin puertas ni ventanas

caminar por el barrio ya no es lo mismo
no hay límite entre la calle y la vereda
pero perduran los aromas y los sonidos

el perfume de albahaca tierna de mi abuelo
resiste el ataque de los pajaritos
y hojas secas barridas por el viento

avanzo entre la niebla, a tientas
la parra ya no existe
pero su vaho casi me voltea
igual que en las tardes de diciembre

doblo en una esquina, que parece la de mi casa
allí está el comienzo de todo
la arena fina, unos leños que arden
y el mar que siempre me convoca.

viernes, 21 de agosto de 2009

¿Progreso?

está creciendo un edificio al lado de mi casa
lo veo ascender desde la tierra misma
dan ganas de ponerle alas a la morada
para llevársela lejos, al silencio

jueves, 20 de agosto de 2009

Ajuste de cuentas

frente al espejo está el reflejo de mi vida
los ojos hundidos, la papada y la frente ancha
el hígado que supura como nunca, lo veo
ya no soy el que fui, ni llegué a hacer lo que soñé
aquel nene se cagaría de risa al verme
perdón amigo, no estudié para astronauta
es más, odio volar
y la luna no me genera ninguna curiosidad
Tampoco pude cambiar el mundo
Más bien, resultó todo lo contrario

jueves, 30 de julio de 2009

Confesiones de invierno

La pareja camina por la angosta rambla que separa la ciudad de la playa. Es pleno invierno y el silencio lo cubre todo con un manto gris. Si pasara rodando un fardo de pasto rumbo al mar a nadie le extrañaría. Pero acá, en Gesell, no hay vaqueros y ya quedan pocos caballos.

Cruzan las maderas y comienzan a grabar la arena con sus zapatillas nuevas. Llegan hasta el mar, también gris, pero con espuma. Van hacia el bosque en busca de reparo y de más silencio. Esquivan las olas que van dejando huellas, nunca en el mismo lugar.

La arena está virgen y las gaviotas por fin visitan las playas del centro. Desde la orilla los edificios parecen barcos viejos, abandonados, encallados en un puerto que ya nadie visita. Están despintados y vacíos, abandonados.

Pero en un instante, con el viento que les pega fuerte en la cara y los moja, desaparece el puerto. Sólo quedan árboles y medanos, en una conjunción casi perfecta. Un paisaje parecido al que soñó el fundador de la ciudad.

La pareja vuelve a traspasar la frontera, pero esta vez entre la playa y el bosque oscuro. Todo se torna marrón. Caminan, parecen potrillos que conocen la vuelta a casa de memoria. Se sientan en el tronco y sacan la petaca del escondite.

Ella es morocha y de ojos achinados, usa un pullover muy grueso y una campera que le queda inmensa. Acá en invierno no hay muchas modas para seguir, se resigna. Se la ve nerviosa como a punto de hacer la confesión de su vida. Enciende un cigarrillo, se le cae, putea fuerte. Prende otro, parece que estuviera actuando de “mujer nerviosa”.

Él recién ahora apagó su mp3, lo llevaba en una oreja de fondo con un disco del Flaco Spinetta, tampoco las nuevas olas del rock importan en Gesell. Se sacude su pantalón deportivo, la arena se pega en todos lados con el viento, se saca el gorro se lo pone a su amor y la besa dispuesto a escucharla.

viernes, 19 de junio de 2009

Espejos rotos

Mirarse en el espejo resulta ser un acto reflejo. Las primeras veces lo hacía cuando mi abuelo jugaba a afeitarme con su máquina eléctrica philipshave. También, para esa misma época, solía quedarme horas viendo como mi vieja se cargaba los ojos de pintura.

Muchos años después, sólo me reflejaba cuando los sábados a la noche intentaba que la remera me calce justo para “romper la noche”.

Hoy, pasados ya los 30, me levanté con el hígado duro como una piedra. Volví a a enfrentar al espejo después de muchos años. Acerqué mi cara, casi la pego al vidrio. ¿Soy otro? Me veo los ojos hundidos, la frente más ancha y la papada creciendo debajo de la cara. Me alejo un poco y me noto, no gordo, sino más ancho en general desde los pectorales hasta las piernas.

Cuando era un nene a veces me ponía a imaginar como sería de adulto. Me veía en traje y aburrido. El chico que era se cagaría de risa del hombre que soy. Hasta a veces me descubro repitiendo los mismos chistes que a los 18, pero ya no tienen el mismo resultado.

Pese a todo, caí en la cuenta que ya se me terminó el primer tiempo del juego de la vida. A lo que queda, llego más cansado y con el objetivo de sacar un empate honroso antes de partir. En este día de hígado endurecido y espejos rotos, sólo los sueños resultan ser una droga, un aliciente.

lunes, 15 de junio de 2009

Destino

Todas las mañanas a eso de las 6:30 de la mañana, un horario poco alentador para cualquier cosa, tomo el colectivo que me lleva hasta el trabajo. A esa hora la vida en la calle se separa entre quienes nos levantamos y quienes aún no se han acostado. Eso se refleja en las caras, la ropa y los olores. Yo divido ese mundo entre los que saludo, por ejemplo el portero de la esquina, por solidaridad y a los que miro con bronca e indiferencia.

Al colectivero es a otro de los que saludo con énfasis, como explicándole que estamos los dos en la misma: despiertos.

Pero ayer, más dormido que nunca por una resaca que me hacía supurar el hígado, no saludé a nadie. Subí al bondi en silencio, enfilé hacia la máquina y por primera vez vi un cartel que me despertó y me dejó helado: “Por favor indique su destino”. Pensé unos 10 segundos y me bajé. ¿Cuál sería mi destino?

martes, 2 de junio de 2009

Patria

No entiendo a la patria de escudos y auroras
Me resulta una abstracción sin sentido
En cambio, hay ausencias y presencias
Que me atan a este lugar
El mar, en el que siempre buscaba a mi papá
La albahaca y la boina de mi abuelo
La textura de las masas de Taca
El vestido color cielo de mi vieja
La risa y el llanto de los amigos
Y la arena que se escurre entre mis manos

miércoles, 22 de abril de 2009

Marzo del '76

Ese día los nubarrones negros cubrieron la ciudad de punta a punta. Los relámpagos iluminaban el cielo. A lo lejos se escuchaban los estruendos de los truenos. Cientos de libros comenzaron a salir desde el edificio de la Biblioteca Nacional.

Fueron convocando a otros textos que se sumaron desde cada una de las casas de la ciudad. Rompían los vidrios o esperaban un descuido para salir volando. Miles se fueron reuniendo sobre las copas de los árboles, desafiando la tormenta. Llevaban sus hojas empapadas y las tapas las hacían planear bajo las nubes negras. Y partieron con rumbo norte.

Se alejaron por el río marrón, que ese día era gris, como el cielo. Se perdieron dentro de las nubes, justo después de un relámpago atroz. Las bibliotecas quedaron vacías, esperando que algún día vuelva la luz y regresen sus libros.

lunes, 30 de marzo de 2009

Tu vieja

Tu vieja solía caminar estas mismas calles de Floresta unos 20 años atrás. Con su melena castaña coqueteaba con todos los chicos del barrio. Se las arreglaba para que tu abuela le cosiera los vestidos parecidos a los que ella solía envidiar. Así le sacaba la ficha y le llevaba la idea hasta el búnker de su madre en la pieza de la terraza. Allí en una semana se hacía de un vestido de esos cortitos de moda por aquel entonces.

Todos los años, se subía al Valiant blanco con sus padres y sus cuatro hermanos y se iban a la costa bonaerense, a Villa Gesell. Allí se la pasaba de guitarreada y haciéndole caídas de ojos a los muchachos que pasaban. Cuenta la leyenda, que no pude comprobar, que tu vieja salió con el mismísimo Francis Smith, el autor de Zapatos rojos y otros éxitos de la época.

Amante de las modas, en esos años, también comenzó a salir con un abogado que dedicaba la mayor parte de su tiempo a intentar torcer el rumbo del mundo. Así fue que tuvieron un tórrido romance con el mar de fondo. Por las fechas todo indica que te engendraron en la costa, en algún hotel de los que tienen nombre de ciudad italiana.

Se mudaron los tres a un departamento de Palermo. El sueño de tu mamá siempre había sido vivir cerca de la Avenida Santa Fe. Ya teñida de rubia, la recorría con vos en el cochecito y miraba las vidrieras con los zapatos y carteras que no podía comprar. En cambio, tu viejo le daba poca importancia a la ropa y se pasaba el tiempo leyendo o en las unidades básicas, en asambleas y en los asados que frecuentaba en su barrio de militancia, Mataderos.

Los domingos la familia partía desde Palermo hacia Floresta a comer los ravioles que preparaba tu abuela, vos todavía igual le seguías dando a la papilla y a la mamadera.

Pero las cosas se complicaron, era difícil seguirle el tren a un militante en los años 70. Una tarde, vos estabas con tu mamá en el departamento, cuando tu viejo llegaba con un amigo a la casa y un par de muchachos con los clásicos anteojos negros lo interceptan. Mi viejo los ve venir y le dice que va al séptimo piso, cuando en realidad ustedes vivían en el décimo. Así, sube nervioso, transpirado, los agarra a vos y a tu vieja y los saca de la casa.

Se subieron al auto y rumbearon para Floresta. Tu vieja no aguantó la presión de esos años y tu papá se tuvo que ir perseguido primero al interior y luego definitivamente a Brasil. El departamento de Palermo quedó cerrado durante unos 20 años, hasta que un día pese a las pesadillas y las fobias tu mamá pudo volver, con vos ya hecho todo un adolescente lleno de preguntas.

lunes, 23 de marzo de 2009

Bienvenido a la manada

“Tenés que tener celular, no puede ser”, repiqueteaba en la cabeza cada vez que se desencontraba con sus amigos o su novia. Varias veces le había pasado de tener que buscar frenéticamente un teléfono público decente, frente a la simple falla del timbre de una casa. Para qué lo voy a arreglar, si total todos tienen móvil, le decían todos.

Una noche fría, su amigo no le abrió la puerta, pese a los gritos que despertaron a todos los vecinos. Caminó un par de cuadras soplando humo, como si estuviera fumando. Llegó al público, se apoyó el tubo en la oreja. Un líquido pegajoso comenzó a recorrerle el lóbulo. Lo miró y era verde y consistente como una aguaviva. Ese día decidió ingresar mansamente a la manada de hombres y mujeres que cada 15 minutos miran la pantalla de su celular como si estuvieran por recibir la llamada de su vida.