Tu vieja solía caminar estas mismas calles de Floresta unos 20 años atrás. Con su melena castaña coqueteaba con todos los chicos del barrio. Se las arreglaba para que tu abuela le cosiera los vestidos parecidos a los que ella solía envidiar. Así le sacaba la ficha y le llevaba la idea hasta el búnker de su madre en la pieza de la terraza. Allí en una semana se hacía de un vestido de esos cortitos de moda por aquel entonces.
Todos los años, se subía al Valiant blanco con sus padres y sus cuatro hermanos y se iban a la costa bonaerense, a Villa Gesell. Allí se la pasaba de guitarreada y haciéndole caídas de ojos a los muchachos que pasaban. Cuenta la leyenda, que no pude comprobar, que tu vieja salió con el mismísimo Francis Smith, el autor de Zapatos rojos y otros éxitos de la época.
Amante de las modas, en esos años, también comenzó a salir con un abogado que dedicaba la mayor parte de su tiempo a intentar torcer el rumbo del mundo. Así fue que tuvieron un tórrido romance con el mar de fondo. Por las fechas todo indica que te engendraron en la costa, en algún hotel de los que tienen nombre de ciudad italiana.
Se mudaron los tres a un departamento de Palermo. El sueño de tu mamá siempre había sido vivir cerca de la Avenida Santa Fe. Ya teñida de rubia, la recorría con vos en el cochecito y miraba las vidrieras con los zapatos y carteras que no podía comprar. En cambio, tu viejo le daba poca importancia a la ropa y se pasaba el tiempo leyendo o en las unidades básicas, en asambleas y en los asados que frecuentaba en su barrio de militancia, Mataderos.
Los domingos la familia partía desde Palermo hacia Floresta a comer los ravioles que preparaba tu abuela, vos todavía igual le seguías dando a la papilla y a la mamadera.
Pero las cosas se complicaron, era difícil seguirle el tren a un militante en los años 70. Una tarde, vos estabas con tu mamá en el departamento, cuando tu viejo llegaba con un amigo a la casa y un par de muchachos con los clásicos anteojos negros lo interceptan. Mi viejo los ve venir y le dice que va al séptimo piso, cuando en realidad ustedes vivían en el décimo. Así, sube nervioso, transpirado, los agarra a vos y a tu vieja y los saca de la casa.
Se subieron al auto y rumbearon para Floresta. Tu vieja no aguantó la presión de esos años y tu papá se tuvo que ir perseguido primero al interior y luego definitivamente a Brasil. El departamento de Palermo quedó cerrado durante unos 20 años, hasta que un día pese a las pesadillas y las fobias tu mamá pudo volver, con vos ya hecho todo un adolescente lleno de preguntas.
lunes, 30 de marzo de 2009
lunes, 23 de marzo de 2009
Bienvenido a la manada
“Tenés que tener celular, no puede ser”, repiqueteaba en la cabeza cada vez que se desencontraba con sus amigos o su novia. Varias veces le había pasado de tener que buscar frenéticamente un teléfono público decente, frente a la simple falla del timbre de una casa. Para qué lo voy a arreglar, si total todos tienen móvil, le decían todos.
Una noche fría, su amigo no le abrió la puerta, pese a los gritos que despertaron a todos los vecinos. Caminó un par de cuadras soplando humo, como si estuviera fumando. Llegó al público, se apoyó el tubo en la oreja. Un líquido pegajoso comenzó a recorrerle el lóbulo. Lo miró y era verde y consistente como una aguaviva. Ese día decidió ingresar mansamente a la manada de hombres y mujeres que cada 15 minutos miran la pantalla de su celular como si estuvieran por recibir la llamada de su vida.
Una noche fría, su amigo no le abrió la puerta, pese a los gritos que despertaron a todos los vecinos. Caminó un par de cuadras soplando humo, como si estuviera fumando. Llegó al público, se apoyó el tubo en la oreja. Un líquido pegajoso comenzó a recorrerle el lóbulo. Lo miró y era verde y consistente como una aguaviva. Ese día decidió ingresar mansamente a la manada de hombres y mujeres que cada 15 minutos miran la pantalla de su celular como si estuvieran por recibir la llamada de su vida.
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