Tirado en el colchón, mi cama
El techo se me cae encima otra vez
Afuera, dicen que hay sol
Siento hambre y sed
Me arrastro a la heladera sin ganas
Medio limón usado, una zanahoria negra,
Olor a podrido,
Una cubetera y una botella de agua vacías
La nada
Todo indica que llegó el fin del mundo
martes, 26 de agosto de 2008
lunes, 18 de agosto de 2008
Ruinas
Y un día volví a mi casa de Floresta
Todo me quedaba chico
Apenas entraba en la cocina amarilla de mi abuela
El mármol seguía roto en el mismo lugar
Ahí adónde iba el rallador
Las alacenas vacías, el horno manchado
Y el hueco para la enorme heladera amarilla
Mi cuarto era una miniatura
La alfombra gastada y manchada en el mismo lugar
El espacio para el tocadisco
Y el hueco vacío dónde escondía mis secretos
Di una vuelta al comedor, prohibido para los nenes
La pieza de mis abuelos, sin la tele
Pero con el ropero que todo lo guarda
Cerré la puerta y me fui.
Todo me quedaba chico
Apenas entraba en la cocina amarilla de mi abuela
El mármol seguía roto en el mismo lugar
Ahí adónde iba el rallador
Las alacenas vacías, el horno manchado
Y el hueco para la enorme heladera amarilla
Mi cuarto era una miniatura
La alfombra gastada y manchada en el mismo lugar
El espacio para el tocadisco
Y el hueco vacío dónde escondía mis secretos
Di una vuelta al comedor, prohibido para los nenes
La pieza de mis abuelos, sin la tele
Pero con el ropero que todo lo guarda
Cerré la puerta y me fui.
sábado, 16 de agosto de 2008
Oda al yampú
Por Maripi
Me gusta cuando estás
Porque puedo sentirte suave
Y esponjoso
Pero si faltas no sé qué hacer
Nadie quiere ir a buscarte
Y yo tampoco
No esta vez
Me gusta cuando estás
Porque puedo sentirte suave
Y esponjoso
Pero si faltas no sé qué hacer
Nadie quiere ir a buscarte
Y yo tampoco
No esta vez
lunes, 11 de agosto de 2008
Siempre se vuelve
Estoy parado en la puerta de mi casa de Floresta
Ya pasaron más de 20 años, pero las paredes siguen igual
Los mismos olores a humedad y las grietas sin pintura
Traspaso la puerta cancel y huele al pesto de mi abuela
La cocina amarilla y mi familia alrededor de la mesa
Me miran y me invitan a sentarme
Mi abuelo en la punta con su botella de Resero
Mi vieja y mi tía en los costados aullando
La abuela parada con su delantal gastado
Sus manos están intactas, igual que ayer
Los vasos marrones pasan de mano en mano
Y la soda que siempre salpica al más débil
Hay silencio y todos comen, y no me miran
Mi abuelo me convida la última gotita de vino
Es dulce, siempre se vuelve
Ya pasaron más de 20 años, pero las paredes siguen igual
Los mismos olores a humedad y las grietas sin pintura
Traspaso la puerta cancel y huele al pesto de mi abuela
La cocina amarilla y mi familia alrededor de la mesa
Me miran y me invitan a sentarme
Mi abuelo en la punta con su botella de Resero
Mi vieja y mi tía en los costados aullando
La abuela parada con su delantal gastado
Sus manos están intactas, igual que ayer
Los vasos marrones pasan de mano en mano
Y la soda que siempre salpica al más débil
Hay silencio y todos comen, y no me miran
Mi abuelo me convida la última gotita de vino
Es dulce, siempre se vuelve
miércoles, 6 de agosto de 2008
Rumbo a la escuela
Siempre el mismo camino en zigzag
Haití, Gualeguaychú, Juan B. Justo, Sanabria y Gaona
Un bolso bordó y las manos en el bolsillo de la campera
De mi boca sale humo y juego a que tengo un pucho
Un 43/70, los mismos que fuma mi tío
Sigue el zigzag por las veredas de colores
Me robo un pan de la puerta del local del Gallego
Y siempre me mojo las zapatillas con la misma baldosa floja
Juego carreras con los obreros que van en busca del tren
Gano y pierdo, como siempre en la vida
Los perros ladran con bronca desde las terrazas
Y el zigzag que se termina
Justo cuando veo a otros pibes con mi mismo uniforme blanco
El chico que va sin coche al colegio.
Haití, Gualeguaychú, Juan B. Justo, Sanabria y Gaona
Un bolso bordó y las manos en el bolsillo de la campera
De mi boca sale humo y juego a que tengo un pucho
Un 43/70, los mismos que fuma mi tío
Sigue el zigzag por las veredas de colores
Me robo un pan de la puerta del local del Gallego
Y siempre me mojo las zapatillas con la misma baldosa floja
Juego carreras con los obreros que van en busca del tren
Gano y pierdo, como siempre en la vida
Los perros ladran con bronca desde las terrazas
Y el zigzag que se termina
Justo cuando veo a otros pibes con mi mismo uniforme blanco
El chico que va sin coche al colegio.
martes, 5 de agosto de 2008
El canillita gurú del Gallo desplumado
Cuando uno tiene 15 años siente que el alcohol y los bares son la puerta de entrada al mundo de los adultos. Con mis amigos frecuentábamos dos tugurios en el barrio de floresta: el Asgard en la avenida Rivadavia y El gallo desplumado en la esquina de Juan B. Justo y Carrasco.
Los dos bares eran refugio de tacheros, tenían en la puerta un canillita y una luz muy tenue amarillenta. En las temporadas de fiesta de 15 solíamos recalar en uno u otro puerto, depende la ocasión, para calentar el alma con un café con leche y hablar sobre nuestros fracasos en los primeros intentos de conquistas.
Otros sábados con los pibes rumbeábamos para el centro. Comíamos una Ugis en plena Avenida 9 de Julio bajo la luz del Obelisco y nos revelábamos todos nuestros secretos, esos que van afianzando las amistades hasta hacerlas indestructibles.
Después con la panza llena, jugábamos unos flippers y volvíamos en el 99 a recalar en el puerto del Gallo desplumado. La tele de fondo con alguna pelea de Canal 9, un par de birras con maní y las charlas que no se terminan nunca.
Una tarde de verano, con Claudio, Martín, Néstor y Pablo nos juntamos en nuestra esquina para algún desafío futbolero. Vengo caminando por la avenida con mis topper grises de tierra y la mente puesta en el match difícil que se avecinaba. De golpe levantó la vista y veo la mismísima Sarajevo en la esquina de Juan B. Justo y Carrasco. El Gallo desplumado ya era historia.
Sólo quedaba el canillita de la puerta, el viejo Gallego de cejas anchas que vendía la sexta de la Crónica todos los días en forma religiosa. Pasaron los años y el señor se paraba en la puerta de la concesionaria, la misma que era antes del bar, y ofrecía sus “papeles con tinta”.
Nosotros seguimos usando esa esquina como punto de reunión para partir rumbo a la noche. El tipo parecía que estaba todo el día parado en esa esquina esperando la vuelta del Gallo desplumado. Una noche me alertó sobre que se venía el fin del mundo: “Ojo pibe que se están derritiendo los polos y el agua va a borrar del mapa Buenos Aires”.
Otra tardecita, con su porta diarios colgando del hombro, le confesó a Néstor y Martín que nos íbamos a derretir. “Es por la tala de la selva brasileña”, mientras arqueaba sus cejas peludas. Y ese verano Floresta fue un verdadero horno de spiedo.
Todos los sábados, en procesión, desde los 4 puntos cardinales llegábamos a esa esquina de Floresta a esperar la nueva premonición del gurú. Nunca lo vimos vender un solo diario.
Un fin de semana de diciembre, de esos que empiezan el jueves y parece que no van a terminar nunca, llegamos puntuales a nuestra esquina, a las diez de la noche. La luna llena brillaba y hacia resaltar los ojos cansados del Gallego, eran como dos huevos duros. Nos miró desde el escaloncito de la concesionaria, lo único que había quedado del Gallo desplumado, y nos dijo: “Muchachos ya están grandes, a ustedes los conozco desde cuando venían al bar de pibes. Tengan cuidado que la mano viene pesada con el tema del tráfico de órganos”.
Nosotros lo miramos medio con lástima. Esa cosa que a veces tienen los jóvenes de llevarse el maldito mundo por delante. Lo palmeamos y nos fuimos hacia la noche. Atrás quedaba el Gallego, sus diarios y los bares.
Los dos bares eran refugio de tacheros, tenían en la puerta un canillita y una luz muy tenue amarillenta. En las temporadas de fiesta de 15 solíamos recalar en uno u otro puerto, depende la ocasión, para calentar el alma con un café con leche y hablar sobre nuestros fracasos en los primeros intentos de conquistas.
Otros sábados con los pibes rumbeábamos para el centro. Comíamos una Ugis en plena Avenida 9 de Julio bajo la luz del Obelisco y nos revelábamos todos nuestros secretos, esos que van afianzando las amistades hasta hacerlas indestructibles.
Después con la panza llena, jugábamos unos flippers y volvíamos en el 99 a recalar en el puerto del Gallo desplumado. La tele de fondo con alguna pelea de Canal 9, un par de birras con maní y las charlas que no se terminan nunca.
Una tarde de verano, con Claudio, Martín, Néstor y Pablo nos juntamos en nuestra esquina para algún desafío futbolero. Vengo caminando por la avenida con mis topper grises de tierra y la mente puesta en el match difícil que se avecinaba. De golpe levantó la vista y veo la mismísima Sarajevo en la esquina de Juan B. Justo y Carrasco. El Gallo desplumado ya era historia.
Sólo quedaba el canillita de la puerta, el viejo Gallego de cejas anchas que vendía la sexta de la Crónica todos los días en forma religiosa. Pasaron los años y el señor se paraba en la puerta de la concesionaria, la misma que era antes del bar, y ofrecía sus “papeles con tinta”.
Nosotros seguimos usando esa esquina como punto de reunión para partir rumbo a la noche. El tipo parecía que estaba todo el día parado en esa esquina esperando la vuelta del Gallo desplumado. Una noche me alertó sobre que se venía el fin del mundo: “Ojo pibe que se están derritiendo los polos y el agua va a borrar del mapa Buenos Aires”.
Otra tardecita, con su porta diarios colgando del hombro, le confesó a Néstor y Martín que nos íbamos a derretir. “Es por la tala de la selva brasileña”, mientras arqueaba sus cejas peludas. Y ese verano Floresta fue un verdadero horno de spiedo.
Todos los sábados, en procesión, desde los 4 puntos cardinales llegábamos a esa esquina de Floresta a esperar la nueva premonición del gurú. Nunca lo vimos vender un solo diario.
Un fin de semana de diciembre, de esos que empiezan el jueves y parece que no van a terminar nunca, llegamos puntuales a nuestra esquina, a las diez de la noche. La luna llena brillaba y hacia resaltar los ojos cansados del Gallego, eran como dos huevos duros. Nos miró desde el escaloncito de la concesionaria, lo único que había quedado del Gallo desplumado, y nos dijo: “Muchachos ya están grandes, a ustedes los conozco desde cuando venían al bar de pibes. Tengan cuidado que la mano viene pesada con el tema del tráfico de órganos”.
Nosotros lo miramos medio con lástima. Esa cosa que a veces tienen los jóvenes de llevarse el maldito mundo por delante. Lo palmeamos y nos fuimos hacia la noche. Atrás quedaba el Gallego, sus diarios y los bares.
domingo, 3 de agosto de 2008
Amanecer
Doy varias vueltas en la cama
No puedo dormir
Tengo frío, calor, sed o hambre
Una luz gris entra por la ventana sin cortinas
Es invierno, pero da igual
Veo tu cara cerca de la mía
Es perfecta, con la luz ideal
Te saco una foto con mis ojos
Y ahora sí me duermo en paz.
No puedo dormir
Tengo frío, calor, sed o hambre
Una luz gris entra por la ventana sin cortinas
Es invierno, pero da igual
Veo tu cara cerca de la mía
Es perfecta, con la luz ideal
Te saco una foto con mis ojos
Y ahora sí me duermo en paz.
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