sábado, 7 de junio de 2008

Amigos

Hoy quiero escribir sobre la amistad. No sé en que se transformarán estas palabras que se sucederán a partir de ahora en esta hoja. Yo tengo un puñado de amigos a los que les soy fiel casi diría por naturaleza. Por ellos pongo las manos en el fuego, aunque me queme y se me caiga la piel.

Con todos ellos pasé momentos irrepetibles, en los que me gustó acompañarlos, abrazarlos y besarlos. Todos ellos también estuvieron cerca de mí en situaciones difíciles.

Con todos mis amigos tengo una intimidad única. Sin dar nombres…enterramos padres, nos peleamos, nos dimos besos en la boca, nos sentimos defraudados y nos reencontramos con alguna copa de por medio.

A los 20 un amigo, padre de un amigo, nos avisó que esto de la vida “era difícil”, mientras sumergía por tres veces un pulpo chileno en el agua hirviendo. Nunca le hice caso.

Yo tenía unos 27 años y vivía solo en un departamento de Plaza Italia con poca luz y menos espacio. Una mujer acababa de decirme que se iba, en ese momento para siempre, y mis amigos estaban cocinando unas mollejas a la crema. La imagen es esta: la pieza oscura, yo tirado en la cama llorando y ellos comiendo las mollejas. Yo sentía que me consolaban.

Otro, me banco demasiado en su casa, mientras vivía con su pareja. Fui el delivery de su negocio de comidas, dormí muy cerca de su cama de matrimonio y me escucharon decir varias veces que “la vida era una mierda”, mientras comíamos los mejores omeletes del mundo.

En otro momento, una tarde yo estaba sucio y despeinado, y un amigo me bancó toda una tarde en Barrancas de Belgrano. Otra vez le conté sobre el desamor y compramos el payasito más feo del mundo. Todo fue patético y hermoso.

Yendo más hacia atrás, una noche en la ciudad de Santa Fe, creo que en 1993, con los pibes, en un hotel barato usamos el pico de una botella de cerveza para sellar la amistad con nuestra propia sangre. Es difícil traicionar eso.

En la misma época, dos amigos me levantaron borracho del jardín de un edificio de San Bernardo con un dedo roto y una de las noches más increíbles que algún día voy a intentar recordar y reproducir.

Ahí están, ellos son. Hoy me tome un vino entero de un saque y me acordé de todos. Solo, frente al monitor me senté a repasar los días y noches que pasamos. La vida no es mucho más que eso. Unos amigos compartiendo una mesa, botellas que se van vaciando y recuerdos que nos unen.

3 comentarios:

Nahuel dijo...

Caminante, se hace camino al andar... y los amigos no son ni más ni menos que compañeros de viaje.

Un gusto recorrer a tu lado este sendero

Germán dijo...

Querido Mariano

Al principio, fuiste un compañero de laburo, simpático y distante. En esos tiempos, hace ya más de diez años, descubrí tu polenta, tu hambre de periodista que no podía saciar ni el foco ni el valor agregado.

Eras talento puro.

Apenas pude, te traje a mi lado. No me equivoqué. Juntos, mentimos sobre el hard y el soft de la web 1.0. De a poco, fuimos tramando los pliegues de la amistad.

Un nuevo salto de laburo. Un recorrido más intenso en lo personal.

Ahora, que sos uno de los mejores editores que conozco, uno de los pocos que saben interpretar a su lector, siento que hemos construído una profunda amistad.

Quizás no tenga aún el peso de los años. Pero estoy seguro de tu lealtad, de tu hombría de bien, de tu sensibilidad, de tu solidaridad compromita e incondicional.

Mariano, sos uno de los tipos más lindos del mundo.

Ojalá alguna vez entre en tu historia como aquellos pibes con los que tenés pacto de sangre, como la de aquel que te arropó cerca de su cama.

Vos, ya dejaste huella.

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

Hola, Mariano. Tu amigo Germán te deschavó con el nombre. ¿Yo puedo ser tu amiga? ¿Creés en la amistad entre el hombre y la mujer? Yo sí.

Pau