Cuando uno es chico muere heroicamente un par de veces por día. Yo jugaba a ser el pirata Sandokan y mi pieza era el barco con el que intentaba rescatar a Mariana, mi primer amor, la perla de Labuan. Yo usaba un gorro de "convoy", la espada era imaginaria y tenía un pañuelo de seda rojo que me ponía en la garganta.
Por la ventana miraba con unos largavistas viejos y después de un rato de hablar con mis marineros, descubríamos un barco inglés. Empezaban a caer los cañonazos de lado a lado y volaban los almohadones de mi cama. Después de un rato llegaba el abordaje de los ingleses y yo peleaba cuerpo a cuerpo con soldados de chaqueta roja imaginarios. Al rato, me sorprendían por atrás y me iba muriendo despacio sobre mi barco-cama.
Al rato renacía y me transformaba en el Llanero Solitario. Usaba el mismo sombrero de "convoy" y el pañuelo rojo, pero esta vez tenía cartuchera de vaquero pero sin revólver. Un banquito marrón, de esos que se hacen escaleras, era mi caballo Plata. Perseguía a pobres ladrones de banco desde mi pieza. La historia siempre terminaba con los bandidos escapando y yo con un tiro en el corazón y rodando desde mi caballo.
Así pasaba lo mismo cuando era miembro de Swat o de Chips. Hasta ahí, la muerte era parte del juego. Caer en plena lucha contra el enemigo y cerrar los ojos en forma heroica era divertido. Sabía que iba a despertar y pasar de ser un pirata a un policía motorizado, por ejemplo.
Mi viejo no estaba muerto, estaba lejos y no podía volver. Mi familia cercana estaba toda viva y yo pensaba que eran eternos, como los personajes de las series de la TV. Un día me cruzo con una historieta de Nippur de Lagash, un tipo que tenía más músculos que Martín Karadagian, una espada gigante y un amigo fiel. Yo lo leía en unas revistas usadas que tenían un olor que me hipnotizaba.
En una de las aventuras, se moría su amigo en una pelea cuerpo a cuerpo, parecidas a las que tenía yo cuando era Sandokan. En el último cuadrito aparecía Nippur llorando sobre el cuerpo de su amigo y se preguntaba: “¿Por qué?”. No podía creer ver al héroe llorando.
Después, mi vieja me encontró llorando como Nippur y me explicó que “todos nos vamos a morir, pero para eso falta mucho”, tratándose de convencerse a sí misma. Bueno, mi vieja mintió. Mi abuelo murió cuando yo todavía era un chico y no me animé ni a ver, ni a tocar su cuerpo dentro del cajón. Mi abuela Taca se fue muchos años después, pero creo que nunca me voy a olvidar como me miraba con sus ojos celestes en la cama del hospital. Ahí me di cuenta que el juego se había terminado.
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