jueves, 10 de julio de 2008

Todo está guardado en la memoria

Antes de vivir con mi familia disfuncional en la casa de Floresta, tuve otra vida -que en realidad no llegue a vivirla- junto con mi mamá y mi papá en un departamento del coqueto barrio de Palermo, al cual volvería muchos años después.

Tengo algunos recuerdos que quedaron rondando en mi cabeza y cada tanto vuelven disparados desde mi memoria por algún olor, imagen o palabra que abre uno de esos cajones que son igualitos a los del ropero que mi abuela tenía en su pieza de la calle Mercedes. Entonces me pongo a viajar, salgo por cualquier ventana y vuelo como un fantasma en busca del pasado que ya fue.

Cuando yo tenía unos 9 años, uno de los novios de mi vieja, en su intento de recrear una familia ideal nos llevó al autocine a ver la primera de Rambo, un veterano de Vietnam que se volvía loco y mataba solo a todo un ejército de policías. Estábamos en su BMW color rojo.

En un instante, me transformé en el fantasma volador y me trasladé a un Renault 12, también rojo. Yo era casi un bebé y mientras dormitaba en el asiento de atrás del auto tapado por una frazada también roja, veía en una pantalla gigante como una mujer intentaba salir de un encierro y era golpeada por policías. Todo un signo de aquellos tiempos, pero eso todavía no lo sabía.

Otra vez, yo tenía unos 6 años y mi vieja insistía con presentarme a sus novios. Esta vez, un descendiente de alemanes nos llevó a navegar por el Tigre. Yo estaba en la cubierta mirando el río, las lanchas, los remeros que pasaban por el costado y los árboles que eran como los del bosque de Alicia, esos que hablaban.

En un momento, aparezco en la parte de adelante de la lancha y veo a mi vieja abrazada con el hombre rubio. Otra vez el flash, y vuelo hacia lo que ya fue. Desde el aire me veo con menos de 2 años tambaleándome y abrazando a mis viejos, mientras ellos se besaban. Es la única imagen que tiene mi cerebro, y mi corazón, de ellos juntos.

Después de la separación, caímos en la casa de Floresta y mi vieja no volvió a pisar el departamento de Palermo. Todo indica que aún nos perseguían esos mismos hombres malos que habían echado a mi viejo de Argentina. Eran también fantasmas, pero de los malos.

Recién unos 20 años después, mi vieja pudo volver a Palermo y así dejamos la casa de Floresta para siempre. La primera vez que entré al departamento del décimo piso todo me resultó conocido. El olor del pasillo, la puerta bordó, el piso de madera y la cocina larga y luminosa. Mi pieza estaba intacta, sólo le faltaba la cuna, creo. Estaban los mismos sillones de mimbre y los almohadones de esa tela que pincha

Pero de nuevo, salgo al pasillo y en el cuartito que hay para tirar la basura, que está frente al ascensor, un olor me transforma en ese fantasma volador. Ahí estaba la compuerta del incinerador, pero 20 años antes. Yo apenas caminaba y a través de la puerta entornada estaba mi vieja tirando decenas de libros por esa compuerta, mientras lloraba, como nunca la había visto hasta ese momento.

Esa misma noche, con mi mamá llenamos dos valijas de cuero con ropa, algunos juguetes en un bolsito y nos fuimos hacia la casa de Floresta. Una nueva vida empezaba, pese a la oscuridad.

1 comentario:

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

Esto así es autobiográfico (creo), parte de tu vida, narración de momentos. Pero me parece que hay buen material para un cuento. Fantàstico si querés. Habría que crear de este "yo" un personaje y darle secuencia narrativa y algo de suspenso a lo narrado. Estaría muy bueno (creo).