La primera fiesta de cumpleaños que recuerdo fue la de los 4. Invité a mis compañeros del jardín y el comedor de la casa de Floresta se transformó en un salón de fiestas infantiles. La heladera Saccol estaba llena de gaseosas desde la mañana.
Mi abuela Taca se encargó de la imitación de sándwiches de miga hechos con pan lactal, jamón y queso. Había también papa fritas, chizitos y cientos de vasos de plástico de colores.
La torta fue toda una sorpresa para mí. Eran los muñequitos de la guerra de las galaxias, junto a un cohete plateado en un paisaje de merengues blancos muy parecido a la luna. Nunca lo supe, pero debí haber sido la envidia de más de uno de mis compañeritos. No recuerdo haber apagado las velitas, ni tampoco el cantito tradicional.
Mi vieja y mi tía fueron las animadoras de esa tarde ya casi de primavera. Hubo carrera de mini embolsado, la prueba del huevo duro en la cuchara y títeres en un teatro improvisado con una sábana sobre el marco de la puerta del comedor.
Había un príncipe, una princesa y un hombre de negro que intentaba robarse a la muchacha, un clásico inoxidable. A cada intento del malo, desde la platea se escuchaba muy fuerte “cuidado atrás, ahí viene”.
Mi abuela, mientras tanto, abastecía la mesa del comedor sin parar un segundo. Mi abuelo no apareció en escena en toda la tarde. O jugaba Boca o le molestaba tanta cantidad de infantes gritando al mismo tiempo, casi más fuerte que su radio Tonomac negra.
Por esos días había llegado la primera carta de mi viejo. Estaba en el buzón del pasillo de Mercedes junto a otros sobres. Mi vieja me sentó en el catre en el que dormía yo, junto a su cama, y me la leyó. Yo intentado hacerme el que también leía. Las letras parecían un gran camino de hormigas, como cuando están trasladando toda una planta hacia sus dominios.
En la carta me felicitaba por mis 4 años. “Ya sos un hombre”, escribió, pero yo sabía que era sólo un chiste. Por primera vez escuché hablar de los malos de verdad, los que no dejaban que mi papá volviera a verme. Esa noche, soñé que me enfrentaba al títere vestido de negro y le cortaba la cabeza con la espada de Sandokan. Era justicia.
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1 comentario:
La mayoría de mis cumpleaños fueron sin mi viejo. Pero del que más me acuerdo es de mi cumple número 9. Lo festjé con muchos invitados, de la escuela y del barrio. Tuve montones de regalos, pero lo que más recuerdo es que le di por primera vez un beso a una chica. A la chica que me gustaba y que hoy es mi novia. El beso fue debajo de unas guirnaldas, medio escondidos en el pasillo de la casa, me moría de miedo. Gracias por el relato. Un abrazo. Juan
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