Tenía dos amigos en la lejana patria de la felicidad con los cuales sólo nos veíamos durante los veranos. En ese tiempo, en la playa, éramos inseparables. Armábamos pistas de autos, yo manejaba el braham blanco de Piquet, volcanes de arena y barrenábamos como en pleno Hawai. Años más tarde, con estos mismos compañeros compartí mis primeras salidas nocturnas, pero eso ya es otra historia.
La única imagen que me quedó de ellos era en malla y, a lo sumo, una salida de baño de toalla turquesa que usaba uno de ellos. Una tarde lluviosa, mi vieja me había llevado a los jueguitos. Yo estaba subiendo y bajando en un helicóptero de esos de mentira y pasó uno de los pibes con su viejo. Fue todo un impacto verlo con ropa de calle, casi no lo conocí.
Creo que mis primeras tristezas fuertes me las agarré cuando llegaba febrero y me tenía que separar de mis dos amigos de playa. Pero vayamos al punto.
Una tarde, estábamos los tres armando una muralla frente al mar. Arrodillados, con arena por todos lados y tratando de evitar las filtraciones del agua. De pronto, pasaron muy cerca del mar dos aviones de los de guerra, parecidos a los de la película Top Gun. Hicieron un ruido increíble.
Esa noche, en mi segunda pieza, la del altillo del edificio Aguará, me dormí soñando con la llegada de una invasión extraterrestre por el mar. Yo veía luces rojas, gente corriendo. Terminaba escondido en el balneario Merimar con mi familia. En el refugio también estaba el bañero Charlie. Un muchacho musculoso, de bigote y voz finita, que jugaba a la paleta como un verdadero campeón.
Yo nunca llegaba a ver al enemigo, sólo puntos luminosos en el cielo y cosas que explotaban. Al final la película quedaba inconclusa cuando me levantaba la voz de Taca y llegaba la ceremonia de la leche.
Esa mañana, en la playa, con mis dos cumpas cavamos trincheras y dibujamos ametralladoras para esperar el paso de los aviones enemigos. Nos pasamos toda la mañana bajo tierra y hablando en voz baja. Nos hacíamos señas copiadas del sargento Sanders, el de la serie Combate. Pero las naves no volvieron a pasar.
Meses más tarde, en el otoño, las trincheras y los aviones se trasladaron hacia el sur. Y ya no era un juego de nenes.
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2 comentarios:
No tenía idea que pasaran aviones de combate por la costa. Vos decís que iban para Malvinas? Creo que nunca vi aviones de combate acá en Argentina. Yo manejaba un autito amarillo (Williams Renault)con la trompa para atrás, para que no clavara en la arena.
Muy bello!! refleja un sentir que aún hiere, pero fortalece el Ser Nacional de este pueblo.
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