Los domingos solía levantarme temprano. Como en la tele no había demasiado para ver, armaba mis propias películas con los muñequitos de las Guerras de las Galaxias, a los que se agregaba un Robin sin Batman y un Temerario vestido a lo Rambo. Juntos peleaban para defender la Tierra del ataque de los marcianos.
Un domingo, mi vieja empezó con el operativo “este domingo tenés una salida”. Pelo con raya al costado, bermuda, camisa nueva y las botanguitas que tanto me hacían doler los pies. Al rato, luego del fondo blanco de leche, llega mi tía y mi prima, que vivían sobre el pasaje Jacarandá, también, vestidas para lo que parecía una gran ocasión.
Arrancamos por Mercedes para el lado de Juan B. Justo, una de las fronteras que todavía, a mis 8 años, sólo cruzaba acompañado. Tomamos el 34 color azul y con mi prima jugamos a ver quien veía más autos amarillos. Llegamos a destino, era el mismo lugar dónde mi abuela Taca solía llevarme a ver vacas y caballos durante las vacaciones de invierno. Había una larga cola que giraba dentro del lugar. Mucho años después me enteré que era La Rural.
Pasamos toda la mañana y la tarde avanzando a paso de tortuga para llegar a ver “algo” que en ese momento todavía no entendía bien que era. Mi tía sacaba unos panchos maravillosos de su galera-termo con agua caliente. Con mi prima le mandábamos savora y adentro. De otro recipiente venía un jugo que mantenía el frío pese al tiempo. Cada tanto íbamos hasta un galpón a llamar por teléfono para avisar que faltaba, que todavía no habíamos llegado al final del viaje.
Caía la noche sobre la rural, a mí las botanguitas ya me apretaban demasiado y estaba a punto de tirar la estrategia del llanto que me devuelva a mi casa de Floresta de una vez por todas. Pero en eso, ante mí aparece la protagonista principal de este viaje: la muñeca Alicia. La aventura estaba por comenzar.
Aunque parezca surrealista, la enorme Alicia nos esperaba acostada con la boca abierta, vestida con un blue jean y una camisa roja, muy estilo setentas. Pisamos su lengua, mientras en los costados mirábamos sus labios y algunas muelas cariadas. Mi prima abría los ojos como dos aceitunas negras y yo todavía hoy recuerdo la extraña sensación de pisar una lengua.
Yo era una miniatura, me había tomado la pastilla de chiquitolina, tenía el mismo tamaño que mi muñequito favorito Luke Skywalker, y me estaba metiendo en el cuerpo de Alicia. Pasamos por la garganta y tuvimos que agacharnos para no chocarnos con la campanilla.
Seguimos bajando por un pasillo, que creo que era el esófago y llegamos a un gran espacio que tenía un piso parecido a la lengua: era el estómago. Desde ahí vimos el hígado a un costado y arriba el corazón latiendo con fuerza. ¿Alicia estaría enamorada? Por el costado pasaban las venas y arterias como cables de luz.
La última sorpresa fue que nuestra nueva amiga estaba embarazada. Pasamos cerca de su bebé que flotaba en el agua con los ojitos cerrados y era mucho más enorme que yo, lo que avalaba mi teoría que con el jugo de mi tía venía incorporada la pastillita del Chapulín Colorado.
Dimos varias vueltas por el intestino y, finalmente, Alicia, nos echó de su cuerpo como si fuéramos mierda. Se había terminado la amistad parece. Yo volví a mi tamaño normal, caminamos por Santa Fe a buscar el 34 que nos lleve de nuevo a casa.
Del viaje no recuerdo nada, me debo haber dormido. Esa noche me acosté muy tarde y soñé que por adentro de mi cuerpo caminaba gente extraña. Por suerte esa mañana evacué todos mis problemas en el baño.
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1 comentario:
Te envidio Marian. Viviste lo que yo no. ¡Te metiste en Alicia! Hasta hoy, pensaba que era virgen. Pero se ve que, antes que vos, alguien ya se había metido. Tampoco sabía que Alicia te terminaba cagando, pero, ahora que decís, claro, por dónde salir si no por el culo. Sos un grande. Ahora, ¿qué preocupaciones podrías tener a esa edad? Decí la verdad, ¿qué cagaste?
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